miércoles, 15 de abril de 2015

1×05 - Plastique

Bienvenidos al día en que el solitario (y sí, otra vez, tontorrón) Barry Allen pudo empezar a dejar de estar solo. El día en que conoció a la única metahumana que no se empeña en acabar con el planeta aunque su superpoder tenga que ver precisamente con hacer explotar cosas. Barry quiere crear un supergrupo. Algo tipo Los Vengadores, pero en versión Z, versión Central City, ¿le dejará el showstopper de Wells?

Oh, oh. Barry se aburre. ¿De sí mismo? Puede. El caso es que esta vez no se enfrenta a una villana corriente, o, digamos, a una metahumana que ha decidido hacer el Mal, sino a una chica mona que antes era militar (y por lo tanto, tiene un código ético que lo flipas) y ahora, aunque convierte en bomba todo lo que toca, no se decide a acabar con el planeta. Más bien, lo que quiere es que alguien le compre billete para subirse a una máquina del tiempo y no estar donde estaba el día de la tormenta ni tener ese estúpido superpoder. Pero, vaya, las máquinas del tiempo aún no existen. Ni siquiera para los amigos de Barry Allen, el hombre más rápido (y más tonto) de la Tierra.

Pero detengámonos en ese punto. ¿Hemos dicho «amigos»? Sí. Amigos, pero no de ese tipo. No amigos que Barry quiere que sean algo más (como la cada vez más metomentodo Iris He-Abierto-Un-Blog-Y-Creo-Que-Voy-A-Cambiar-El-Mundo West) sino la clase de amigos que eran el Capitán América y Thor cuando ambos formaban parte de Los Vengadores. Porque digamos que Barry ve abrirse el cielo cuando descubre que Bette (así se llama La Chica Bomba) no quiere ser mala, sino que, ya puestos, quiere echar una mano. Pero Wells no piensa permitirlo. Wells, el tipo que aparece de entre las sombras cada vez que alguien dice algo importante, y que, precisamente por eso —es el ABC de la técnica cinematográfica: alguien sale de entre las sombras equivale siempre a ese alguien esconde algo, con toda seguridad algo malo—, ya no sólo resulta sospechoso sino que LO ES, quiere utilizarla y al final lo consigue.

Y Barry está ahí todo el tiempo y corre mucho y todo eso, pero en lo único que piensa es en Iris Tengo-Un-Blog-Y-Ya-Me-Creo-Lois-Lane, que en este capítulo tiene su primer encontronazo con quien ella llama la Mancha (Allen) y está que se sale. No habla en ningún momento de que se disparen las visitas de su blog, porque no nos engañemos: además de su padre y el propio Allen, ¿alguien más debe saber que existe? Oh, bueno, todos nosotros, pero ninguno de nosotros vive (por suerte) en Central City. Aun así, ella sigue creyendo que está haciendo Historia, con mayúscula. Y lo peor es que finge (incluso ante el propio «Mancha Humana», como ella prefiere llamarlo) que lo está haciendo todo por su gran amigo Allen, que siempre ha creído en lo imposible y ahora ha dejado de hacerlo. En fin, que incluso hay un momento azotea en el que Iris Cualquier-Día-Me-Dan-El-Pulitzer tiene la oportunidad de entrevistar a su querido superhombre y las preguntas que se le ocurren no llegan ni a ser ridículas, porque no son ni preguntas.

Por lo demás, da la sensación de que Allen, en la versión traje rojo o pipiolo forense, es el único que trabaja en la ciudad. Porque si por la noche está salvando al tipo que supuesta mente limpiaba las ventanas (¿de veras se limpian ventanas a medianoche en Central City?) en el rascacielos que Bette hizo explotar sin querer, por la mañana lo tenemos analizando los restos del explosivo en ese mismo edificio, ya vestido de civil y en plan Dexter, y luego a mediodía lo mandan al archivo a descubrir qué documento se ha llevado quienquiera que haya hecho explotar parte del edificio.

Pero eso no es lo peor de todo. Lo peor de todo es que el condenado metabolismo de Allen ni siquiera le deja emborracharse. Por mucho que beba, no se le sube ni un poquito. O se le sube cuando se destila un alcohol especial a 500 grados. Pero ¿sabéis qué? El efecto de la borrachera no le dura ni quince segundos. ¿Triste, no? Currar, correr, que te den la vara con un blog ridículo y que encima digan que lo hacen por ti, cuando tú quieres ser el Salinger de los superhéroes y que nadie te conozca, y no poder tomarte ni un par de cervezas. O tomártelas y que no sirva para nada. Oh, querido Allen, no sólo eres el hombre más rápido de la Tierra, sino el mayor nerd que ha existido (y puede que exista) jamás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario