martes, 14 de abril de 2015

1×02 – El hombre más rápido del mundo

El tiempo de pantalla dedicado a todos y cada uno de los personajes lastra un poco el capítulo, pero supongo que también era necesario. Iris no podía quedarse como la vecinita mona sin más (ya veremos qué tal le va como aspirante a Lois Lane), ni Joe como un simple poli buenazo (aunque ahora solo tengamos más clara su relación con Barry y el estilazo que gastaba en sus tiempos), ni Caitlin solo como una científica seria y amargada por una desgracia reciente (que tal vez no lo sea; ahora vamos con eso). Igual que Barry necesita ajustar su ingesta de calorías a la supervelocidad —aunque Multiplex no necesite sacar de ninguna parte la materia para sus clones—, los guionistas necesitan que conozcamos un poco mejor a los personajes —y un poco peor al doctor Wells—. Y los flashbacks no dan tantas ganas de pulsar avance rápido como por ejemplo en True Blood, eso hay que reconocerlo.


Pero vamos con lo bueno. Decíamos que la desgracia de Caitlin podía no ser tanta, y era porque en este episodio se nos revela el nombre de su prometido, el que en teoría murió al explotar el acelerador de partículas: Ronnie Raymond. Sin ánimo de espoilear demasiado a quienes no saben nada de los cómics, que le hayan puesto ese nombre sugiere que podría acabar cayendo una buena tormenta de fuego sobre la serie. Súmese a ello la presencia de dos villanos conocidos, el macarra de Multiplex —eh, Cisco, molaba mucho más llamarlo «Capitán Clon»— y el doctor Simon Stagg, agítese todo como Barry agita el tubito cuando se le rompe la centrifugadora y ya tenemos servida la acción del episodio.
Acción narrada, de nuevo, con unos efectos especiales más que correctos, desde las llamas y el rescate en el incendio hasta el apaleamiento final por parte de los infinitos clones, pasando por el breve y acertado tiempo-bala durante el que Barry salva al guardia de seguridad. Y una acción que sirve también para establecer los límites del poder de Flash y obligarle a decidir si quiere dedicarlo a proteger al inocente o no, y para que resuelva prácticamente todos sus conflictos pendientes con el detective Joe y vuelva a considerarlo su padre, aunque en esto último haya habido demasiada palabrería y pasteleo.



Y la verdad es que, visto así, comprimirlo todo en cuarenta minutos tiene su mérito. Solo queda esperar que, con la base de los personajes —o su misterio, en el caso de un doctor Wells cuyas intenciones se vuelven algo borrosas— y el tono de la serie establecidos, superado un capítulo que dice más que enseña porque no habría cabido todo si no, tengamos más aventura desenfrenada, humor y mejor sabor de boca al final del tercer episodio. Aquí estaremos para comprobarlo, amiguitos del relámpago.

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